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Universos Internos

Hatosia

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He estado muy quieta sentada en mis ojos, y he visto los pelos de un perro pasar, al tiempo que dos seres se besan en la calle que rebasa de ruidos y voces. Voces en las que se elevan gritos y dulzuras a la vez. Me detengo en sus caras, veo sus gestos parecidos, huelo a erráticos enojos  y a escaza mansedumbre en rostros que no conozco; escucho el desliz de sus células como si fueran mías. Son las mías. Doy vuelta la cabeza y otra vez un perro  pasa mascullando un ladrido que siento en mi boca como una queja próxima a salir. Huelo el perfume de ese hombre sentado frente a su taza de café, confundo los aromas y se parecen al que llevo en mi piel, y me meto en los recuerdos y vuelvo a confundirme. Aparece mi amor de entonces y un gato mira curioso mi rostro, como sorprendido de mi cara. Las orejas del gato están muy tiesas, en posición de alerta, yo también. Que no se note el recuerdo. Echo a andar con la mirada entre los párpados como el animalito que me sigue con la cola entre las patas.

Tomo impulso y casi en atropello, sigo adelante, como si la naturaleza me dotara del mismo poder que a un león, o a una leona. Enderezo mi torso con la misma bravura, y con la elegancia decidida de la rama del árbol más cercano. Palpo el gozo de las aves en su canto porque me escucho trinar en cada arteria, soy los poros que habitan la piel de la chica enamorada, del chico desencantado, del anciano que lee el periódico, y soy  la que compone cada letra, formando las moléculas que le cuentan historias. Él se refleja en esos relatos, en noticias alegres o violentas, y me lee, también soy una noticia de las que lo avasallan, o no. Todo sucede en simultáneo, sin género ni edad, soy todos y ellos son parte de mí.

Estoy en el joven delincuente detenido, soy esas piernitas flacas abiertas esperando que le palpen el alma con los brazos contra el auto policial. Me filtro en parte de la escena, soy la que  se conmueve y la que lo desprecia, y sin embargo me convierto también en el herido, soy la víctima y a la vez el victimario,  y  el terror acumulado en forma de violencia que viene con el paquete de abandono y de desidia.

Me meto en la templanza, en la incertidumbre del que observa, y soy éste, soy aquél, aquella, soy y estoy en todas partes.

El pavo real está lejos de mí, pero también soy un átomo de ése. Y estoy en la mansedumbre y la impotencia de la vaca que sabe que va hacia el matadero, pero igual va, no se resiste.

El mar va conmigo hacia la costa, no sé de dónde vengo pero llegamos juntos a la orilla, soy los brazos de esa ola que llega a destino. Dejo mi marca en la arena y serpenteo como un reptil entre las piedras desalmadas de las que me siento parte.

Soy el animal atormentado de piel y también el cazador furtivo, ambos me invaden o los invado, no lo sé.

Estoy en la flor, en el regalo, en el amor,  y pertenezco a la misma traición, a la bondad, a la ternura,  a los celos, que viran su cola como animal herido.

Quebrada en sustantivos, adjetivos y pronombres enloquezco al lector con una historia y lo hago parte de la sagacidad, de la ternura, del soldado que parte a la batalla, del enamorado y del que “va en coche al muere”. La Historia es mi historia y me une al de al lado, al de enfrente, aquí y ahora, o allá en la Edad del Hierro.

Me estiro en  el resorte de patrones establecidos de los que están ausentes por momentos el espíritu y el alma, pero  vuelven y los siento vibrar en el grito del otro, en el dolor del otro, del que me llega su energía.

Me muevo en el universo de las letras en una cadena interminable de composiciones de signos, alcanzo los más altos niveles del estadio de la felicidad o caigo en los círculos del Dante. No sé si tengo libertad pero sí sé que estoy en constante movimiento, por lo tanto puedo encadenar al otro o abrazarlo; siempre he de estar con ese otro, he de reír y de sufrir con él, pues pertenezco a uno de los tres Reinos, no obstante los tres hemos sido tejidos por una madre desconocida con un cordón invisible que nos ata, y soy tan sólo un mito o realidad, o soy el sueño eterno de alguien que duerme en alguna Ítaca deshabitada.

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Norma Aristeguy

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