Recreando

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Con el sol inclinado y las ventanas entornadas, el lugar espera a sus moradores  a media  luz. Las cortinas dan la sombra justa para ponerse la mañana en los hombros. Otro día de apasionado verano, caliente y sofocante y con perfumes tempraneros.

El gato araña la puerta para salir al patio, mientras Dodo se estira perezoso en su canasta y se levanta para curiosear el ambiente,  luego se sacude  el  pelaje y se hace  notar con un sonido de bostezo encubierto.

Todo está preparado. Las tostadas sonríen con bordes de mermelada y algunas medialunas reposan junto a la bandeja  con el termo y el  mate.

También el café impone su presencia con esa intermitente fragancia que se pasea sobre la mesa. Minuciosos detalles en las tazas decoradas, la vuelta al mundo de la intimidad en una cuchara que apura al azúcar.

Ruidos familiares. Alguna protesta adolescente queda impregnada en la sonoridad de una queja.

A unos pasos del desayuno matinal, sobre un sillón  resignado  a la rutina, descansan una sobre otra, dos mochilas escolares, un portafolio, libros, y abrigos ligeros. Junto a la puerta, un par de sandalias  rojas de altos tacones  prestas a volar con su dueña, en cuanto sea la hora. Se escucha el leve sonido  de las hojas de un periódico que pasan  por el devenir del afuera. A su lado,  un cuaderno de comunicaciones espera el vistazo y el regaño  final.

Sobrevuelan las miradas adultas, intercambio de mensajes que sólo ellos conocen, sonrisas complacidas y partícipes de secretos amorosos  y de reconciliaciones, deshojadas en la noche anterior.

Un reloj de pared muestra la hora desde su panza vidriada.

Pasos presurosos. Besos que se sueltan como mariposas de despedida. Recomendaciones. Quejas fastidiadas. Insistentes y contundentes sugerencias vuelven a suscribirse a la escena.

Voces mezcladas y un diálogo apresurado.

Una puerta que se cierra. Sólo el aroma permanece allí,  decidido a instalarse hasta el regreso.

Desde la única maceta  el “Lazo de amor”,  disfruta  del agua que se le ha servido,  y estira orgulloso su origen hacia el rayo de sol que lo amparará por algunas horas más, hasta que vuelvan los fantasmas de la noche.

 

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Norma Aristeguy

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