“ -Si queréis creerme, bien. Ahora os diré cómo es Octavia, ciudad- telaraña…”
Cuando llegué a Octavia un olor agudo me agredió, la noche había desaparecido, era ya mediodía.
Bajé del carruaje que hasta allí me había llevado y para mi sorpresa, para llegar hasta la ciudad, tuve que caminar por una especie de precipicio. Era un camino por el que sólo pasaba una persona, y a ambos lados, se veía una enorme masa de nubes que impedían la visión, de lo que podía haber más allá.
Debo aclararles que Octavia no figura en ningún mapa, pero a mi curiosidad la despertaron, unos rumores que había escuchado de su existencia.
Al ir entrando en la ciudad, parecía que iba atravesando un túnel en el que se esfumaba la luz del sol, para dar paso a un espacio incoloro.
Me sorprendió ver tantos y tantos grises diferentes que provocaban una atmósfera contradictoriamente transparente. Lo que me rodeaba era tan sutil que parecía inexistente.
Había personas cubiertas con hilos de diferentes grosores, era como si estuviesen atrapadas por no muy gruesos cordones, que paradójicamente se translucían como gasas muy finas, y permitían ver las siluetas bajo los grises.
No había edificaciones ni pisos donde caminar. La ciudad consistía en un hoyo de enormes dimensiones con márgenes muy elevados, como los de un cráter. Tenía angostas escaleras que iban hacia lo más profundo, y para alcanzar los distintos círculos en que estaba dividida, había que sostenerse de lo que yo creí que eran paredes, pero resultaron ser más hilos colgantes.
Sin embargo, aunque con algo de repulsión me pude ir apoyando. A medida que bajaba avanzando, no sabía bien hacia dónde pues los hilos también colgaban delante de mí, y me entorpecían la visión, los grises seguían cambiando. Mientras, con la mano libre, trataba de quitar los hilos que caían sobre mi cara. Tocaron en un momento mi boca y sentí un gusto áspero que me produjo náuseas.
Comprendí que estaba yendo hacia el fondo de algo, si es que lo había, y comenzaron a oírse sonidos completamente desconocidos, nunca había escuchado nada parecido. Hoy los podría describir como chasquidos, como silbidos, gritos ahogados, como el ruido de un quebrar de madera, o de huesos, no lo sé. Sinceramente todavía hoy, no lo sé.
Noté que en cada giro de escalera, el gris se iba oscureciendo, y que había seres en movimiento agarrados a los hilos colgantes, y otros, tirados sobre los escalones retorciéndose como contorsionistas.
Cada vez había más ruidos y se iba poniendo más negro e irrespirable el lugar.
Me preguntaba si ésa era la ciudad de la que me habían hablado, o si, me había metido en el negado infierno.
Comencé a pensar que me había equivocado de lugar, pero es que ya ni mi cabeza podía pensar como de costumbre, porque sentía que me iba hundiendo en alguna parte y que empezaba a no ser yo.
Algo llamó mi atención ( además del hecho de no sentir ni temer ), una masa informe en lo que parecía por fin ser el fondo de esa cosa donde había entrado, estaba moviéndose muy, muy despacio, hasta que me sentí invadido por seres a los que no alcanzaba a ver pero los sentía en mi cuerpo, y comprobé con terror, ahora sí sentía que era yo, que esa masa informe comenzaba a deshacerse, a pulverizarse en miles de arañas.
Recuerdo que comencé el esfuerzo de gritar desaforadamente, o de aullar, o de mugir, o de berrear como un niño mirando hacia arriba, pero me di cuenta que ningún sonido salía de mi boca. Un sudor frío me recorrió seguido de una oleada de calor, y entré en la oscuridad total.
Cuando desperté, deseaba que todo fuese un sueño, pero no, comprobé que seguía en el mismo lugar. Como pude me fui incorporando, tratando de adivinar en medio de la oscuridad la misma senda por la que había bajado. A tientas, quitándome las telas de la boca y de los ojos, fui escalando poco a poco. Temía caer, ya los hilos de los que me sostenía eran sumamente débiles.
No quería mirar hacia abajo. No quería ver otra vez a esos seres retorciéndose, ni al gran volumen negruzco, deshaciéndose por completo.
A medida que iba regresando a los rayos de luz, podía respirar mejor, porque los círculos volvían a agrandarse. Hasta que por fin llegué al borde superior. Una bocanada de aire caliente salía del lugar, casi corpórea, como queriéndome atrapar nuevamente.
Salí arrastrándome.
Miré con pánico el largo camino que me esperaba de vuelta al carruaje que me había traído. Caminé por momentos tembloroso, incrédulo, como si estuviese enloqueciendo.
Cuando alcancé el carruaje, el hombre que lo conducía me miró, se bajó del tronco en el que estaba sentado y dijo, parsimoniosamente:-Creí que no volvería a verlo. Ha vuelto de una parte del mundo que nadie conoce, sólo algunos elegidos, y casi siempre he esperado en vano. No suelen regresar. Es el revés del mundo. Es el secreto que ahora deberá usted guardar. A menos que no le importe pasar por loco.