Dimensión desconocida en su idioma misterioso de insólitas maneras, donde el tiempo no preocupa y el dolor es una ráfaga fugaz e intermitente, así como alegrías y recuerdos.
Allí los rojos son grises y los grises tal vez rojos, o cortos, o largos, o vivos, o muertos.
Amor, odio, memoria, son habitantes inconstantes como pasajeros furtivos
de un espacio tempestuoso.
La fantasía despliega sus galas hasta ahogar a la razón desprevenida, esporádica.
Y los relojes de panza en los rincones deformados por la risa despojados ya de sus agujas, hacen blanco en las paredes del color de la incoherencia.
La verdad no es tal, la mentira tampoco. La felicidad es un estado que la indiferencia preside, y la justicia un absurdo que a Dios se le ha escapado.
Todo es válido también la Nada.
Afuera el mundo aprieta, acorrala, pone a prueba.
Y así aparecemos los cuerdos, los normales convincentes, siempre apurados, en la preocupación por los locos tan audaces, sin valores ni ideales, sin maneras y sin guerras, sin prestigio ni apariencias.
Ellos…
alborotado desorden de intenciones y solitarias criaturas excluidas del mundo de los aptos, reos del alma y del misterio.
Adentro, con la libertad calzada a los barrotes los duendes inconscientes se desnudan, juegan y se tocan.
Afuera, respetamos lo del otro. Esto es mío, eso es tuyo, la pirámide se invierte…
Todo es de unos pocos y corremos como libres, presos del tiempo, la riqueza y el poder.
Sobrevivimos: midiendo, pesando, compitiendo, etiquetando.
Así morimos. A veces, sin darnos cuenta.
Solos y obedientes marchamos en hilachas, atrofiados. Unos por carencias, otros por excesos.
Y están los demás… los que ni saben. Son ciegos delirantes, represores desde siempre de la risa y de la vida.
Se persignan, se imponen y someten al resto a sus ideas, su credo o su bandera.
Es entonces que nosotros los sensatos, vigilamos el amparo y custodiamos la imprudencia, la osadía, lo diferente.
Nosotros, lo cuerdos, vivimos un compromiso ineludible con la especie…el hacer del loco, un ser civilizado.