Atmósferas III (Intimidad)

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Él la mira entre el montón de gente que ríe, que bebe, que baila. Ella siente sus ojos sobre la espalda y gira la cabeza. Le sonríe. Piazzolla  los empuja a uno en brazos del otro. Es su tema preferido. Ella descansa en el calor masculino que lo identifica. Olfatea su solapa, lo reconoce. Él le habla suave al oído. Pequeños besos desapercibidos  en su oreja. Murmura. Ella vuelve a sonreír. Lo aprieta en el abrazo y femeninamente lo sigue en la danza. Sus muslos se rozan. Las piernas de él muy largas avanzan en los pasos del tango y la lleva casi en vilo, tocando apenas su espalda con la mano, que le acaricia veladamente la piel que asoma desde un escote en ve, que le llega a la cintura. _¿Volvemos a casa? Ella asiente, toma sus cosas, se despiden de los amigos. Una vez  en la calle, se le cuelga del brazo, pero él la atrae hacia sí. La sujeta y como un remolino la rodea  y vuelve a llevarla, esta vez, abrazada a su costado izquierdo que saborea una manía, o una  pasión conocida.

Ya en el hogar, el ritual del cafecito. Comentarios.

Él está lavando las tazas. Ella apoya la cabeza en su espalda y le rodea la cintura. Él se da vuelta para mirarla a los ojos. Juntos ríen de sus pensamientos que cada uno conoce del otro, a la perfección.

Siempre la ha enamorado el perfume de ese hombre. Verlo en la seguridad de sus paredes así, sin camisa, desalineado, despeinado, con esa sonrisa que le abarca el rostro,  la vuelve sumisa y entregada hasta la desesperación.

Él la levanta  del piso y la sienta en la mesa cercana. Le quita las sandalias. Le acaricia lentamente las piernas  y la besa. Ama a esa mujer que le lee los pensamientos, que conoce sus gustos y sus disgustos. Que le discute. Que se le opone.  Que a veces se le resiste provocando en él, el deseo contradictorio de agredirla, y que sin embargo nunca puede hacerlo, porque terminan en un abrazo de reconciliación,  en el que nacen momentos para fundar recuerdos.

Es la mañana una intrusa.

Mañana de domingo. Sin apuros. Él abre los ojos, otra vez sus muslos se tocan, la mira dormir. Destapada, con el cabello cubriéndole la cara, parece  indefensa. La siente tibia. La acaricia. Ella despierta: -¿Qué hora es?

-¡Qué importa!

El mundo sigue afuera. Ellos comienzan el día. Juntos en el baño ríen de cualquier cosa.  La protesta de siempre por abollar el dentífrico. Está linda, aún de entrecasa,  con sus cremas de siempre y con su remera larga y vieja de dormir. Es un momento sólo de ellos dos. Lo demás, lo de los otros, les es ajeno. Esa intimidad los une en un espacio sin palabras, es un círculo invisible y propio.

Tanto se viven, se conocen, que ambos saben que ese día  volverán a hacer el amor antes de que caiga el sol nuevamente.

Frente a las tazas del desayuno, él ha puesto música, Caetano Veloso.

Ella sonríe, enigmática, mientras hace las tostadas.

El sol entra de pie a la cocina donde la escena no por repetida, deja de tener la importancia del amor. El aroma del café se mezcla con el del pan tostado. Los vidrios libres de cortinas, muestran un balconcito con plantas.

-¿Viste? La azalea ha dado la primera flor.

Él se levanta de la silla. La sorprende quitándole el  toallón  de la cabeza, permitiendo que el pelo húmedo se le caiga sobre los hombros. La mira. La atrae hacia él.

Hay en ambos como un regocijo ante la libertad de no tener que pensar en horarios de trabajo.

-Vamos, que el café se enfría. No empieces…

La gata ha dado unas vueltas alrededor de la mesa y como nadie le hace caso pide de salir, rasguñando el marco de la puerta.

Después, ella lo acaricia. Pasa la mano por la frente amplia, varonil, por esa cabeza canosa, aunque juvenil, que la sigue atrayendo como la primera vez  que lo vio.

Caetano sigue cantando: “Yo no buscaba a nadie y te vi, te vi, te vi… “

Él deja  la mesa, se para junto a ella  y la invita, sin palabras,  a bailar.

Ella, descalza y sobre la punta de sus pies se deja llevar, cadenciosamente con la música en el alma, con ese amor interno, que no habla. No es necesario. Está todo dicho en sus cuerpos que  han tomado la forma de una flor.

Íntimo amor de luz,  que florece un poco cada día, en cada  largo beso, en cada silencio, en cada desacuerdo, en cada pelea, en cada discusión, en cada despertar, en cada enojo, en cada reconciliación.

Del libro:  Palabras de Amor.

Ed. Letras Nuevas. Año 2012.

 

 

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Norma Aristeguy

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2 respuestas

  1. HERMOSÍSIMO lo que escribes,con esos detalles tan armoniosos,sensuales ,románticos de la pareja.Al leerlo noté que es todo lo que extraño de él.Estuvimos casados 54 años ,más seis de novios.ël partió de este mundo hace un año y cuatro meses.Lo extraño tanto! Éramos muy románticos y nos amábamos como si fuésemos jóvenes aún hasta el final.Doy gracias a Dios por ese amor que tuve y aún me habita.

    1. Muchas gracias Elsa, sí, mi cabeza está llena de historias, pero si vos has vivido alguna de ellas, tengo que decirte que has sido una mujer con suerte. Quizás mis textos tengan un poco de real y otro de fantasía, pero sé, que es posible vivirlas, y doy fe, de que nunca es tarde.
      Agradezco nuevamente tu comentario y te pido disculpas por haber tardado en responder, no ha sido ingratitud, sino que no me avisó la página y no había entrado antes.
      Un abrazo.

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