Algunas palabras parecen pequeños nidos dónde se ocultan misterios y secretos. Cuanto más pequeñas, más voluminosas en su contenido.
Por él. Por ella. Por si acaso. Por temor. Por tristeza. Por mí.
Por…
Es como si un lazo invisible pero sonoro, enredara lo que le sigue, y fuera de largo alcance.
Compromete: por vos. Desafía: por si muero. Determina: por tu amor. Invade: por soledad. Traiciona: por cobardía. Agrede: por soberbia. Miente: por torpeza.
Es la consecuencia, la conjetura, la conclusión, el juicio que paraliza, que culpa, que turba hasta la desolación.
De esa forzosa unión que provoca el lazo complaciente, puede surgir una bocanada que te arrecie o te colme, puede robarte el aire en cada palabra hasta enmudecerte, derribando tus pensamientos como en la caída de un dominó.
Puede matarte por el tiro certero de lo oculto, lo compacto, por el desamor, por el desamparo.
Por imprudencia quizá, la fuerte vocal queda encerrada entre las dos consonantes que se imponen, pero se necesita de las tres para atarse a la palabra siguiente y decidir la suerte del que escucha; si será atacado por un latigazo, o será sorprendido por la habilidad del lenguaje, para acariciarlo con sonidos… ¿por amor?
Juntas, son la osada representación de la emoción del otro y de la propia, y es allí, donde ensordece el espíritu por implosión.
El color de esos sonidos es también silencioso y su sensualidad no es siempre igual, la tonalidad de la voz que los expresa, puede conmoverte el alma o desintegrar tu sensibilidad, por el estallido que ensordece.
Cada palabra es un nudo fuertemente atado, que junto a otras se potencia y no se sabe hasta el momento sonoro, si serán de vida o de muerte. A veces, nos mata escucharlas, y otras, el no llegar a oírlas jamás.