La ama tanto que la quiere sólo para él. No es conveniente mirar a otro.
Siempre se lo repite. Se lo murmura al oído mientras aprieta su muñeca por detrás de la pequeña cintura. Hasta que ella se queja de dolor, entonces mirando hacia ambos lados, él afloja la presión, pide perdón por su vehemencia y la besa.
Ella le teme pero sabe cómo tranquilizarlo, sólo tiene que entregarle toda su atención. Quedarse así entre sus brazos y que nada ni nadie la distraiga. Tampoco mencionar otro nombre. Otros nombres. Eso lo enoja y lo enferma de celos.
Después de todo es por amor… ella es suya.
Pero un día la frondosa oscuridad se sienta con ellos en la mesa de las dudas, de la incertidumbre, del miedo.Y entonces, la noche se vuelve agresiva, violenta.
Hasta que el acero de la locura entra en forma desbocada, una, diez y más; tantas y tantas veces, que provoca en la escena ese olor tibio que expele la sangre de la inocencia enamorada, y la tragedia escuece.
Es el último aliento de horror y de sorpresa y un par de ojos fijos, desorbitados, mirando ya sin ver, todavía incrédulos.
2 respuestas
Un texto cada día más actual, perfecto a mi criterio, así actúan…Y el final, suele ser así de horrendo!! Felicitaciones Norma Aristeguy. Abrazo inmenso.
Gracias Graciela. Sí, lamentablemente esto se está haciendo costumbre. Y si se naturaliza la violencia no tendrá fin. Agradezco tu seguimiento amiga, y me alegra que te haya gustado. Pido perdón por mi demora, sucede que como te respondí en otros lugares, olvidé hacerlo aquí. Un beso grande.