(Tres actos, once cuadros) Contenido y conclusión.
La obra termina y comienza en guerra.
Al principio es el fin de una batalla donde han luchado los pobres por su sobrevivencia, contra los ricos poderosos, entre los que están los miembros de la iglesia, todos ellos luchan por conservar su poderío abusando de impuestos e indulgencias.
Todo el tiempo puede verse la contradicción de lo que se predica con lo que se hace. Esto queda de manifiesto por ejemplo, en la alegría de los vencedores ante los miles de muertos que han quedado y por sobre los que han ganado.
Admiro la sabiduría del autor cuando al enterarse el Arzobispo dice: “…detalles no, detalles, de ninguna manera! Una victoria relatada con detalles es imposible distinguirla de una derrota…”
El trabajo de Sartre es constantemente una enseñanza, es un eterno llevar al lector más allá de lo que está sucediendo en la obra. Hay dos personajes que discuten sobre quién tiene la responsabilidad de haber llevado el pueblo a la guerra. El diálogo es entre el Arzobispo y el banquero. Uno se echa la culpa al otro. “…pero quién me dice que no lo provocasteis a que lo provocase?” Y muestran durante la conversación cómo cada uno defiende sus propios intereses personales.
Pone en tela de juicio pautas de nuestra realidad ya establecidas, cuando por ejemplo el Arzobispo pregunta: “¿De dónde has sacado tú que un general en campaña obedezca nunca a un jefe de Estado?”
El punto de vista de Sartre en lo moral, en lo ético, está plenamente en vigencia: “Es demasiado pronto para amar. Vertiendo sangre compraremos el derecho a hacerlo.” Después de leer las palabras de Nasty, uno comprende mejor cómo empiezan las guerras.
“…Me asquea de tal manera que me horrorizaría hacerle daño.” Aquí plantea que hasta el Mal tiene sus principios.
Sartre defiende aquí por sobre todas las cosas, al hombre, como portador del Bien y del Mal, como poseedor del odio, la debilidad, la violencia, la muerte, el disgusto, pero también del amor, la solidaridad, el altruismo, el amor propio, el orgullo, etc. Por lo tanto considera que todo es su propia responsabilidad, y niega a Dios, pero sin embargo con la ironía que algunos de sus personajes reflejan, parecería afirmar lo contrario: “¿Cómo concebirías Tú la vida la Nada si eres plenitud? Cómo podría entrar tu entendimiento infinito en mis razones, sin hacerlas estallar?”
Heiwich dice que nada se expía jamás y Goetz responde que es verdad, que nada borra nada, lo asocio a Strindberg en “Confesión de un loco” cuando afirma que nada de lo que el hombre hace tiene enmienda, ya que por tiempo y espacio, nada puede repetirse exactamente igual, entonces los actos del hombre son imborrables.
A veces, leyéndolo, pienso que Sartre contrariamente a lo que se propone, afirma la existencia de Dios y la salvación del mundo mediante la fe, lo que pone en duda es la existencia de esa fe en el hombre, sin que medien otros intereses de por medio dados por la propia Iglesia, deformadora de esa fe por cuanto cosiste en una sociedad de hombres como él mismo lo dice a través de uno de sus personajes.
Dice Nasty: “No hay malos ricos. Hay ricos, simplemente…” “Hay dos especies de pobres: los que son pobres en comunidad y los que lo son en soledad. Los primeros son los auténticos; los otros son ricos que no tuvieron suerte.” Afirma también que los ricos que dieron sus bienes, tampoco son pobres, son antiguos ricos. Así como Goetz comprende que el orgullo de los pobres es mucho mayor que el de los ricos, por cuanto le es más difícil convertirse en pobre, que a un pobre llegar a ser rico. No es aceptado por los demás.
Para mí, este planteamiento supera la idea de poder acceder a una casta o no, a una clase o no, sino que lo que se puede percibir es un cierto determinismo casi natural, y que la clase marca al hombre internamente, sin posibilidad de cambio, hablando de un cambio sincero lógicamente, y que detrás de cada acto está siempre el orgullo, la vanidad, el deseo de ser omnipotente, esto último se adivina en cada personaje.