Recetario: «Ropa Vieja»
Un buen día se dispuso a cocinar, lo que no era habitual en ella.
Buscó un recipiente bien hondo, le pareció que un corazón mediano le serviría y comenzó batiendo recuerdos, le sumó a ojo un poco de juventud pasada, para que aromatizara el resto de lo que agregaría.
Cortó en cubitos un buen trozo de soledad sazonada, echó un chorro de alegrías, una pizca de sueños en polvo y equilibró con una muy pequeña cantidad de sinsabores, ya que el aroma de estos se continuaría aún en la cocción por ser muy penetrantes. Desgajó trocitos de tristeza y los pasó por el cedazo junto con un poco de olvido, no mucho, sólo un poco, puesto que los sabores se extienden hasta la hora de ingerir los alimentos. Y así dejó todo en reposo.
En un recipiente aparte, quizás en un pensamiento, machacó algunas hojas de dudas con unos gramos de ironía fina, incorporó hilos de honor rallado, con dos cucharadas de maledicencia ajena, un leve toque de cobardía masculina gruesa, y listo, ya estaba lo que sería el aderezo.
Volvió a la preparación anterior y mezcló con energía todos los ingredientes, le sumó unas gotas de lágrimas en conserva, un toque de melancolía en pétalos agridulces, espolvoreó sonrisas, lo envolvió en papel de tiempo metalizado y lo mandó a horno fuerte.
Luego le agregaría el aderezo… en frío.
La mesa de Año Nuevo tendida con su mejor vestido esperaba paciente, los crocantes secreetos de una cena de este siglo.