¡Qué Hartazgo!

Todos saben todo, todos se aquietan en sus propias aguas pero salpican al resto.

Qué ganas de hacer lío con las letras, de mezclarlas, destriparlas, abrirles las vísceras para ahondar en el peligro de caerme en ellas.

Deshojarlas hasta  quedarme rala, cenicienta, desbordada. Provocar a la cordura con el  caos y escupir comas y puntos para que atruene el sinsentido,  y perturbar al obsecuente haciendo sonar a la H, muda y crispada de asombro, y que resbale por los blancos sin palabras, sin idioma.

Asesinar a la  b para enterrar tanta soberbia y vomitar   en sílabas para atormentar a algún sordo verborrágico.

¡Qué Hartazgo!

De mí, de todo, de nada, de ser, de estar, ¡de pensar!  de partir, de escuchar tanto verbo atorranteando  por  las líneas de un pasar. Tanta mentira retorcida  de largos tiempos con las patas sucias caminando hacia el horizonte, sin parar;  cada vez más sucias que las anteriores y peor que las que vendrán…

Golpear fuerte con cada consonante, y que me sirva para dar palos a todo hipócrita suelto que se roba  los oídos,  y les reparte  borroneada demagogia.

Putear cada palabra para ver si cambia de estado o de  sonido.

“¡Qué atropello a la razón!” seguir acomodando frases  a mi antojo para ver si así despiertan los suicidados,  expeler otra lengua para resucitar a los muertos,  escribir torcido para desterrar al abuso, desangrar diptongos para culpar  al burro y convertirlo en ruin.

Embestir sandeces para  el dolor de oídos y acurrucarse finalmente  en el planeta negro de la locura, en la incoherencia de  enamorarse todos los días de las letras subversivas y  envalentonadas en vocablos ajenos,  que no besan ni perfuman. Ni les importa nada.

Sólo somos su instrumento.