El instante mágico de la vida, está allí, escondido detrás del gris de los árboles mezclados con los verdes, detrás de cada hoja que engalana la vereda, de ocres, amarillos rojizos y naranjas.
En las ventanas abiertas en ese momento del día.
Está después de la danza amorosa entre las horas de una noche intensa y de haberse acomodado, al continente masculino.
Mujer… aprovechando el momento, el nido, la cama, el despertar, el desplante de la vida abrazada al universo de él.
Está en el café con leche de la mañana siguiente cuando nos interpela el sol, o en el mate que compartimos, y nos reafirma en este país.
En el arrullo entre dientes organizando la tarea de los chicos, en ese rezongo matutino de remolonas quejas adolescentes.
En el organizar, ordenar, decidir… Levantar la mirada para contar con la complicidad del otro, como si fueran parte de un mismo ser, y responderse al unísono con el gesto aprobatorio.
Está hasta en ese lunes que dejó al domingo agónico, de música, lectura y paseos rodeando la costa.
Junto al paraguas ceñudo, que se abrirá en flor, si llueve.
Junto a la boca querida, que se despide y se dispone a salir.
Junto a la voz, que no por conocida, nos suena menos varonil y seductora: -“Volvemos juntos, te paso a buscar”.
Está allí, palpitante, latente, sonora o silenciosa. Tiene forma de tiempo. Guarda algunos recuerdos y almacena el día de hoy, que ya llegó con galletitas sobre la mesa y el apuro por partir hacia el trabajo. El día de hoy, que ya es pasado.
Y yo estoy aquí, mirando cómo tratan afanosamente de reanimar mi cuerpo tirado en la vereda, sangrando entre las hojas del otoño. Abriendo la bolsa del tiempo, reconociendo olores, momentos, sonidos, que ya son recuerdos al viento.
Él… no me encontrará hoy cuando vaya por mí.