Hechos Inexplicables

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Una noche  con los pies abrigados de preocupaciones caminadas durante el día, me fui a dormir, no muy temprano. Me quité  el maquillaje de los ojos, lavé mis dientes y me quedé fijada en el espejo. El sueño venía y me ponía insoportable como siempre. Aquello que estuviera en  mi camino a la cama estorbaba mi apuro. En algún momento llegué y mis párpados se cayeron benevolentes.

Estábamos en una época lejana,  anterior. La voz de mi padre me tranquilizaba todo el tiempo tratando de calmar mi fastidio, yo discutía con otra persona, me sentía  molesta, enojada. Vaya a saber por qué.  Luego entramos  a una habitación en penumbras, los postigos estabhechos_inexplicables-an cerrados y la ventana abierta. En el marco parado, mirando hacia fuera había un pájaro silvestre, del tamaño de un gorrión.  Tocaba con su pico la persiana, una y otra vez en forma insistente. No se detuvo ante nuestras voces, no se dio vuelta en ningún momento.

Yo me acerqué despacio, muy despacio, con mi mano dispuesta a acariciar su lomo cono una tremenda necesidad de hacerlo casi tiernamente; me detenía el temor de que se asustara. Sin embargo al comprobar su inmovilidad  en espera, lo acaricié mientras que  con la otra mano abría la falleba del postigo.  Batió sus alas y se fue.

Me desperté con una sensación extraña de haber vivido la escena en alguna otra  parte. Y un recuerdo me golpeó en medio del corazón como si un fantasma lo descerrajara. Me vi aquel lejano día en el que tuve que asistir a remover los restos de mi padre. La vida  sigue teniendo reglas absurdas que cumplir aún con la muerte como portadora. Y esta vez no estaba su voz para calmar mi desazón.

Recuerdo a dos hombres con sus palas de trabajo quitando indiferentes la tierra que cubría lo que alguna vez había sido,  el cuerpo de mi añorado padre.

Junto a hileras de tumbas había un bajo paredón que daba en las cabeceras, separando cada hilera de habitantes. Un pájaro se posó en él, y se mantuvo inquieto con sus patitas en movimientos en un radio de espacio muy pequeño, mientras las paladas de tierra volaban a la montaña que se estaba formando al lado. No me sorprendió que los dos hombres recién ahí parecieran percatarse de lo que estaban haciendo, tan automático había sido hasta ese momento todo, que no habíamos cruzado palabra entre ninguno de nosotros. Uno se detuvo y dijo: -Este bicho no se asusta ni de las paladas, sólo le falta que se ponga a cantar.

Cuando llegaron a lo que buscaban fueron haciendo un montoncito, algunos huesos, restos de tela, algún cartón que debió haber sido una foto en su momento, y por fin… el cráneo. Me quedé perpleja mirándolo, yo siempre había creído que todos eran iguales, allí comprendí que no, lo reconocí inmediatamente. Di un suspiro  en el que mi alma voló hasta él estoy segura y lo besó una vez más, pero yo, no pude.

Cuando alcé la vista el ave levantaba vuelo y se perdía en el espacio silencioso del universo. Me quedé por unos momentos escuchando el murmullo de los árboles cercanos y el ruido inconfundible de lo que ponían dentro de la urna.

Con todos esos pensamientos  danzando en mi cabeza y en mi ánimo y uniéndolo al sueño que había tenido, comencé nuevamente mi rutina y me di una ducha, me lavé los dientes, me miré en el espejo, me saludé y me dirigí a la cocina todavía con la bata puesta.

Puse la pava a calentar, busqué el tostador  y con eso ya preparado  volví a mi dormitorio y abrí la ventana para ventilar un rato antes de salir para la escuela. Al ver mis geranios bordó que tanto me gustan recordé no haberlos regado, volví a la cocina por una jarra con agua y regresé a la ventana para regar la maceta como era mi costumbre. Me sorprendió que el viento comenzara a soplar de repente y  moviera  bastante las hojas de la plantita. No sé lo que me hizo mirar para abajo antes de echar el agua.

Pero mi asombro no tuvo límites y mis palpitaciones tampoco, al ver una linda pluma color marrón sobre el tapiz del piso, muy cerca del zócalo de la pared de la ventana.

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Norma Aristeguy

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