CAOS

Los libros fueron los primeros en caer de los estantes, uno a uno iban dando gritos en su camino al piso, Cervantes, Steinbeck, Cortázar, Shakespeare, Borges, Pizarnik, Neruda, Sartre, Alfonsina, y otros cientos de cientos, se iban soltando de las manos y las páginas caían a raudales como si un tornado hubiera vuelto a matarlos. Caían con una fuerza estrepitosa todas las Ficciones, diluviaban Oxolotes y había indigentes atropellados en su propia tierra. En medio de todo ese caos de hechos y sonidos diferentes, un loco vociferaba llamarse Quijote y ser el salvador de lo que estaba sucediendo.

Algunos poemas que decían ser los más tristes de esa noche, iban deslizándose en una caída de estrepitosos versos que no encontraban un fondo donde detenerse. Un lamento salado que se arrojaba valiente, pedía que, si llamaba él, le dijeran que ella se había ido. Y otro clamor femenino alertaba angustiado antes de llegar al piso, que la muerte se posaba desnuda en su sombra.  

Un eco quejumbroso repetía el nombre de Julieta y otro grito potente daba órdenes diciendo que su nombre era Lear y como rey, él sabía de tragedias.

Penas y alegrías iban desmoronándose, aunque no fueran las cinco de la tarde.

Parecía el fin del mundo. Un escándalo sonoro de cristales de ventanas que estallaban al unísono, y puertas que se golpeaban contra paredes que empezaban a caerse.

El ruido mortal nacía de los cuadros en un desborde de cataratas de agua y tierra de los paisajes pintados, y gente que se desmembraba en la caída, habitantes de todas las obras de arte.

Oídos rasgados ante el lamentable espectáculo de los discursos vacíos, en los que sus contenidos habían quedado suspendidos de un espacio desconocido.

La música sonaba atormentada ya sin instrumentos, quemados en los fuegos que se sucedieron como en la guerra, y sus músicos morían aterrados en los últimos compases.

Bocanadas de humo surgían de los rincones y se tragaban los rugidos y alaridos de animales, y gritos de pastores y obreros de porcelana, que iban quebrándose como en cadena y se hacían añicos contra los muebles abandonados aprisa.

Una confusión de arte y mármoles se desmoronaba desde la Historia y ya no quedaba nadie para contarla.

Unos rollos inmensos como gigantes de celuloide caían de los estantes más altos que aún estaban en pie, y se perdían así, las mejores memorias, los mejores besos, los mejores amores, las mejores leyendas y se iniciaban las peores traiciones y las peores guerras otra vez, como maldiciones acaparadas en alguna parte del tiempo.

Lo único que quedó vivo dentro de lo que había sido la gran biblioteca fue la manada de elefantes que había entrado en feroz embestida y en ciega carrera de escape hacia la Nada.

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Norma Aristeguy

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