Los álbumes de fotos tienen la virtud o el defecto de permitirnos saber el futuro. Siempre me ha parecido casi diabólica la idea de ver fotos antiguas.
Ayer hablé por teléfono con tía Agustina. -¿Supiste lo de tu primo? – ¿Qué primo? Casi en el mismo instante en que lo estaba diciendo, me estaba arrepintiendo de haber abierto la boca. – La semana pasada me avisaron que mañana van a excavar en unos descampados cerca de Mar del Sud, y que ya están casi seguros de que José Luís ha sido enterrado en ese lugar. Así que viajo esta noche para allá. Su voz tenía un dejo de angustia o de cansancio, o algo así.
A pesar de mi rechazo, acudo al álbum. No puedo dejar de mirar las fotos de aquel verano. Éramos tan chicos… sonriendo todos, con las palitas y los baldes y tío Toto tirado en la arena, dirigiendo el castillo que construíamos entre los cinco. José Luís es el que más sonríe, se lo ve feliz. Yo también lo estoy. Daniel su hermano, no tanto, siempre fue diferente, parecía estar celoso de todo y de todos, de su hermano, del mío y de mí. Junto al álbum paseo la mirada por el periódico, un escalofrío me recorre el cuerpo. Una pila de huesos humanos se ven claramente en primera plana, parece que los encontraron nomás. Sigo paseando la mirada y descubro a la tía, vestida de oscuro junto a otras personas con gesto adusto, que observan la ceremonia de tierra, palas y huesos, desde un costado de la escena.
Paso mi mano con afecto por la imagen de aquella tía junto a nosotros en otro de los veranos, esta vez en la plaza. Está hermosa, con su solero color “calipso”, sus rulos cayendo sobre los hombros, esos tacos negros tan altos, que estilizan su figura y que yo deseaba ponerme algún día. Está recostada sobre el tío, y abrazando a sus dos hijos.
En los días nublados íbamos a ver películas de amor o de aventuras, tío Toto decía que las guerras no eran para nosotros, que eran cosas de otros países.
Eran veranos mágicos aquellos. Ellos viajaban de la capital a Miramar, a pasar sus vacaciones en casa, y para nosotros era como ser turistas en nuestra propia ciudad, nos llevaban a todos lados y jugábamos a la escondida en la vereda hasta altas horas de la noche. José Luís se hacía amigo de todos en el barrio como si fuese uno más de ellos. Siempre andaba con algún gato entre sus brazos o seguido por algún perro callejero. Éramos primos amigos, él compartía conmigo o con mis amigos su estuche de terciopelo, con todos los modelos de autos en miniatura, acomodados en compartimentos. Daniel como era el mayor, lo retaba y le decía que no los prestara a desconocidos, porque se los podían robar.
En ésta, estamos comiendo en lo de los abuelos. Nos malcriaban a todos. La mesa con botellas de jugos y las gaseosas y el flan hecho por las manos de la abuela, se puede ver muy claro nuestras caras sucias y rebosantes de alegría. Recuerdo que una vez por el capricho de quedarse con la porción más grande, Daniel tiró de una punta del mantel y cayó todo al suelo.
Pero un buen día todos crecimos, los mayores y nosotros, teníamos tareas, estudios, exámenes y no volvieron a veranear más a esta ciudad. De vez en cuando papá viajaba a ver a su hermano, y así supimos que José Luís, había dejado la facultad y se dedicaba a enseñar en las villas. Daniel en cambio se había convertido en un empresario exitoso y veía con desagrado lo que hacía su hermano.
Con el tiempo nos enteramos que no se veían ni hablaban, porque para Daniel su hermano se había convertido en un extraño, en un indeseable.
Las fotos del periódico siguen hablándome, me tiemblan las piernas, y una tenaza aprieta mi garganta. Por los bordes de grandes bolsones negros asoman, huesos amontonados de todos los tamaños.
Esta vez mi caricia es sobre el diario, sobre esas bolsas inmensas, llenas de un futuro, el que me muestra este álbum de fotos familiares. Ese futuro que ahora conozco
Desde aquel tiempo, no, desde aquellas fotos no volví a ver a José Luís. No sé siquiera si es que habita en alguno de esos recipientes que se empeñan en mostrarse.
Ha desaparecido de la faz de la tierra, y del futuro, tampoco está en el presente, pero yo paso mis dedos suavemente sobre las fotos de este álbum, que, aunque conozco su futuro, por lo menos ha logrado guardar el pasado y retener tiempos mejores.
Lo guardo nuevamente, me seco las mejillas, limpio mis anteojos y arrojo el diario al cesto de basura.
Un comentario
Norma, no me he comunicado antes durante este tiempo te he visto poco en la red. Me alegra saber que estas bien. Todos estamos a la espera de que esto termine. Voy a leer con atención tu post sobre las fotos del pasado, a mi me pasa lo mismo . Gracias por compartirlo en este espacio. Abrazos y cuidate mucho