Merecer… «la palabreja»
Me pregunto si tendrá que ver con el avance del tiempo, con la mojadura de los años, o con los rincones vedados de sonidos que asaltan la caja de recuerdos.
He descubierto que hay palabras que para mí son “palabrejas”. Sólo para mí. Sin querer por eso faltarle el respeto al resto sinuoso e infinito de términos en el idioma.
Me doy cuenta que me ponen de mal humor, que desatornillan mi loca cordura y me lanzan hacia un espacio desconocido.
¿Quién es capaz de decir lo que merezco y lo que no? ¿Quién puede blandir la palabra: merecer, sin hacer gala de una soberbia implacable? ¿Quién puede arrojar semejante juicio con la omnipotencia del necio? ¿Desde qué arrabal de la arrogancia se esgrime semejante puñal?
Merecer… Que lo merezco. Que no lo merezco.
Siguen achicándose mis comisuras y no puedo evitar empuñar mi indignación.
Las palabras no son las culpables. Ya lo han dicho casi todos en la literatura.
¿Será entonces la voz que la pronuncia? ¿O será ese contenido que arrastra a veces un eco ácido, y otras, empalagosamente dulce?
Sólo sé que ante su forma escrita o su pedante sonido me transformo, un rojo estridente sale fuera de mi alma y se lleva por delante mi mesura, mi calma, toda mi prudencia.
Acabo de comprobar el poder de la palabra. Hasta el fondo. Pues además de perturbarme, ese poder cargado de intención, me lleva en andas por la pautada línea de una furia en teclas o en tinta, que termina aquí y así, golpeando vocablos, o incendiando renglones. Quemando naves.