Él… Mi Amigo del Alma

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Él… Mi Amigo del Alma

Él,  me mira como sabiendo siempre lo que pienso, lo que respiro, lo que sumo, lo que resto, los nombres que desecho, los que he comenzado a arrancarme de las pestañas de momentos que pasaron. Él, lo sabe casi todo de mí. Me observa complaciente y me tranquiliza con su mirada.

Sólo a mí me sonríe, a veces sus labios se estiran más, otras, menos.  Otras se queda  muy serio y me mira fijo, interpreto su reprimenda y esa vez sonrío yo,  lo tranquilizo yo.

Acomodo amorosamente sus rastas, le despejo la frente y beso sus mejillas abultadas.

La melancolía nos une.

 Buena parte del día está en sus cosas y yo en las mías, pero el reencuentro es fortalecedor;  mete su nariz en lo que escribo y aprueba o desaprueba sólo con un gesto.  En este instante  vuelve su cabeza hacia el libro que acabo de dejar sobre la mesa. Lo conozco muy bien, no está de acuerdo con que revele su presencia en mi vida. Para él, el secreto guardado a la mirada de los otros,  es la mejor riqueza que se ampara  de la calumnia, de la envidia, de los celos.

Le tomo las manos, manos únicas, masculinas y extrañas. Sus cuatro dedos  largos, muy largos, se destacan en dos palmas seguras y protectoras, palmas que me lo conceden todo, lo que esté a su alcance, y lo que parezca imposible sale a buscarlo y me lo trae también.

Está siempre conmigo, atraviesa mis letras con su mirada penetrante y se sienta cruzando sus piernas sobre la vieja silla de madera, construida con broches de ropa que ataron alguna vez mis sueños incontrolables de juventud, desde allí observa y calla. Sólo sonríe.

A veces me avanza la sospecha, de que es más que un amigo. Creo que se ha enamorado de mi locura, y por eso ahora su reproche mudo por lo que estoy diciendo aquí, aunque no me mire, aunque se instale detrás de mí, aunque se haga el distraído  escuchando a Caetano en “Un vestido y una flor”, que sabe que tanto me gusta y que terminaré llorando.

Luego me consolará, me mimará con algún chocolate que ha de aparecer mágicamente, o tendré la suerte de encontrar ese documento importante que creí extraviado, o me mostrará el mail recién llegado de algún amigo que también parecía perdido. Milagros… o lo que sea que haga.

Él es así. Se llama Merlín. Es el bueno e inteligente de mi gnomo.

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Norma Aristeguy

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